En sus zapatos

 

Por Liliana Cabrera

Foto: Caro Nicora

 

Mi madre me comentó hace mucho tiempo, en un momento de bronca, luego de haber roto algún adorno de los tantos que una rompe cuando tenés cinco o seis años, que ella quería abortarme pero que no pudo “y ojalá lo hubiera hecho”  dijo. Para mí fue un shock, muy temprano empecé a entender de qué se trataba todo esto. Mas tarde, en otros momentos similares, fue ampliando la información y supe que luego de un aborto anterior, clandestino como es aún hoy en este país, había quedado muy delicada de salud. Mis padres temieron que algo saliera mal en esta nueva intervención y esa es la infeliz historia de cómo llegué yo a este mundo.

Nunca me faltó nada económicamente, tuve todas las necesidades básicas cubiertas y más; todos los juguetes que hubiera querido cualquier piba nacida en los 80, y lo que creía era una familia constituida, pero al acercarte un poco lo que parecía divino se resquebrajaba como los muros con humedad. Siempre vi en la mirada de mi madre, cierto desapego que yo no entendía, mezcla entre bronca y hartazgo, vi su mirada empañada, en cada cumpleaños, en cada aniversario de matrimonio, en cada acto escolar. Podía descifrar casi sin que me dijera nada, que esta vida de “mamá” que llevaba no era lo que ella quería, y con el tiempo ese malestar se transformó en ira, se volvió obsesiva con el orden y la limpieza,  luego vinieron los problemas con el alcohol y y los golpes se fueron haciendo cada vez más frecuentes, por el hartazgo de hacerse cargo de una familia que no quería o al menos que no la quería así. Con cada trago me enteraba cada vez más, que yo había llegado en lo mejor de su vida y que ella tenía anhelos de viajar con mi viejo a otras partes viviendo su matrimonio (el cual llevaba seis años cuando llegué a este mundo) como si fuera un noviazgo. Quería estudiar, seguir trabajando, cosas que no pudo hacer porque mi infancia fue entre jarabes, reposo y antibióticos.

Durante muchos años estuve enojada con ella, aún después de su muerte, secretamente y no tanto, la odié, y le eché la culpa de todos mis males. Pero con el tiempo, me fui conociendo más y fui entendiendo cosas que una cuando es chica a veces no entiende. No fue la madre más cariñosa del mundo (ni siquiera cuando estaba sobria, que era la mayor parte del día) su vida pronto se fue agriando al igual que todos mis recuerdos. Aún  así  solo necesito ponerme dos minutos en sus zapatos para sentir que yo hubiera decidido lo mismo. Sinceramente les niñes nunca fueron mis personas favoritas, no quiero tener hijes y tengo claro que no hay nada más horrible que obligar a alguien a hacer lo que no quiere. Hoy estoy convencida de  que la infancia de mierda que tuve (porque tuve de todo menos su cariño) fue el resultado de que ella no pudiera decidir sobre su cuerpo. Mirándome en el mismo espejo,  sabiendo que la abortada hubiera sido yo, sé que decidiría igual que ella. Yo también hubiese querido abortar, porque creo que no hay nada que justifique la pérdida de libertad para decidir sobre lo que suceda con nosotras y el rumbo que le queremos dar a nuestra existencia. En nuestras convicciones nos encontramos y ambas estamos en paz.

About the Author

Editorxs Tinta Revuelta

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *